Hola, mi nombre es Agustín, pero todo el mundo me llama Agus. Llegué al IES Bonifacio Sotos en noviembre de 2009 en un camión de mudanzas, acompañado de cuatro individuos muy estirados y rodeado de un montón de artilugios extraños: pies de goteros, camas de hospital, aparatos con cables, grúas, sillas de ruedas. Todo apuntaba a que iría a parar a un centro hospitalario, pero mi destino era muy diferente.
Cuando
me bajaron del camión me llevaron a una sala grande con un montón de sillas y mesas.
“Desde luego esto no es un hospital”, pensé. Se veía un ir y venir muy distinto
al de un sanatorio, había mucha gente joven, mucho movimiento; parecía un
ambiente divertido.
Al
rato llegaron ellas: dos rubias que no paraban ni un momento, al parecer llevaban
esperándonos algo más de dos meses y creo que estaban al borde de la desesperación.
Por lo que fui deduciendo aquello iba a ser un taller de enfermería donde iban
a aprender Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería, y las dos rubias
hiperactivas eran las profes. Una de ellas, MªJosé, recogía los albaranes de
todas y cada una de las cajas y comprobaba su contenido; y la otra, Mariví,
abría como una posesa los paquetes e iba
colocando cada instrumento y cada aparato en un sitio, que al minuto siguiente
cambiaba: “No, mejor aquí. Lo de dientes en un armario, lo de higiene en el
otro……”. “Menudo par de dos”, pensé, “están
como cabras”. Parecía que les había tocado la lotería cada vez que sacaban una
dentadura o unos tubos largos a los que llamaban sondas.
Poco
a poco fueron llegando un montón de chicas (esto me empezaba a gustar más):
eran las alumnas. Bueno, y un chico, así
no estaré tan indefenso...( infeliz de mí). Cuando me vieron se acercaron a
tocarme, me cogían el brazo me subían la pierna, me daban vueltas a la cabeza (
con lo tranquilo que estaba yo en el almacén!!) y me pusieron un nombre:
Agustín, como el patrón de Casas Ibáñez.
La
verdad es que me acostumbré enseguida a estar en el instituto, se está bien y
lo pasamos pipa. Al principio las chicas
me colocaron al lado de la puerta y como es de cristales, los profes que se
asomaban a ver qué había dentro del taller se pegaban un susto de muerte al ver
mi careto pegado al cristal, y yo, claro, me partía la caja. ¡Ah! Si es que no
os lo he dicho: ¡¡¡yo soy el esqueleto del ciclo!!!.
Durante
el día mi misión es ayudar a los alumnos a que se aprendan los huesos del
cuerpo, pero por la noche cobro vida y me dedico a escribir la historia del
ciclo del CAE, como es más conocido por aquí.
Ese
año fue muy movido. Las profes trabajaron muy duro para poner en marcha el
Departamento y el Taller. A mí me gustaba ver que lo hacían con mucha ilusión y
la verdad es que siempre estaban contentas pues veían cómo los alumnos, que empezaron
con un poco de miedo (¡¡me encanta esa palabra!!), se superaban cada día y el
resto de los profes recibió el ciclo con mucho entusiasmo.
En
el segundo trimestre Mª José se tuvo que ir porque estaba esperando un bebé. Me
dio mucha pena porque yo en sus clases aprendía un montón.
En
su lugar vino Ana, otra profe muy simpática que se quedó con nosotros hasta el
final de curso.
Desde
entonces, ha pasado por aquí mucha gente nueva, y han pasado muchas cosas. Pero
eso os lo contaré en otro momento. Ahora me despido, hasta el siguiente
capítulo.